Las derrotas de Vilcapugio
(1/10/1813).
Ayohuma (14/11/1813).
Durante los catorce años que duró la
guerra de la Independencia (1810-1824), hubo innumerables enfrentamientos donde
cosechamos triunfos y derrotas.
En 1813, el gobierno de Buenos Aires informó a Belgrano que los españoles dominaban en
Chile y que era necesario avanzar hacia el Alto Perú sin pérdida de tiempo.
La revolución estaba dejando de lado a uno de sus más
talentosos intelectuales, que hubiera sido de una invalorable utilidad en las
tareas de planificación y gobierno. La Junta encomendó a Belgrano la difícil tarea de extender la revolución al Paraguay. "Admití,
porque no se creyese que repugnaba los riesgos, que sólo quería disfrutar de la
capital, (...) sin embargo de que mis conocimientos militares eran muy
cortos"
Fue designado jefe del Ejército Norte, desmoralizado
tras la derrota de Huaqui. En el Norte encabezó el heroico éxodo del pueblo
jujeño y logró las grandes victorias de Tucumán y Salta. Pero pronto la
victoria cambiaría de manos en Vilcapugio. Allí, en las pampas del Alto Perú,
el ejército a las órdenes de Manuel Belgrano fue batido por las fuerzas
realistas, comandadas por Joaquín de la Pezuela. En esa batalla Belgrano
demostró la grandeza ante la adversidad y la perseverancia y el celo por la
causa patriota. La batalla había comenzado a favor de las fuerzas de Belgrano,
pero insólitamente, los tambores o el clarín del Ejército Norte tocaron en
señal de retirada y el caos se apoderó de la escena.
Derrota de Vilcapugio
Advertido
Pezuela del peligro en que se hallaba envuelto, se anticipó al movimiento del
enemigo y, dirigiéndose a su encuentro, lo atacó en Vilcapugio, donde se
hallaba situado, el día 1 de octubre. El centro y la izquierda de la línea
realista fueron destrozados, pero la derecha resistió bravamente bajo las
órdenes de los coroneles Picoaga y Olañeta. Ante esto, Belgrano dispuso que el regimiento primero de Patricios corriese en
auxilio del ala izquierda. La maniobra fracasó y el regimiento primero de Patricios,
envuelto en la dispersión, cedió al pánico, desbandándose lastimosamente.
Belgrano,
ante la dispersión ya inevitable de su ejército, desmontó en uno de los cerros
situados a retaguardia, en el campo de batalla; tomó en sus manos una bandera;
reunió una parte de los dispersos; y comenzó a tocar llamada.
Como
lo probarían los hechos, no fueron vano alarde las breves palabras con que
arengó a sus soldados, en el momento de ponerse en marcha:
"Hemos perdido la batalla después de tanto pelear.
¡No importa! Aún flamea en nuestras manos la bandera de la patria".
La derrota ya no
tenía vuelta atrás. En lo alto del morro, en la pampa de Vilcapugio, Belgrano
logró reunir trescientos hombres. Pero en las más dispares condiciones. Unos
montaban, otros estaban a pie; algunos, más enteros, cargaban heridos. Otros se
arrastraban.
Aun
estupefacto, Belgrano se mantenía
mudo, sin comprender cómo pudo haberse escabullido la victoria de esa manera.
Pero pronto reaccionó y dijo a sus hombres: “Soldados, ¿conque al fin hemos perdido después
de haber peleado tanto? La victoria nos ha engañado para pasar a otras manos,
pero en las nuestras aún flamea la bandera de la patria”.
Los
realistas, como aves de presa, aguardaban al pie del morro. No querían
arriesgarse a dar el primer paso. En algo estaban parejos. A pesar de la fecha
primaveral, la altura jugaba su carta y el frío se hacía sentir. De todos
modos, los dueños del campo de batalla eran los realistas. Esto les
posibilitaba desplazarse sin inconvenientes y atender a sus heridos. En cambio,
los trescientos de Belgrano se
encontraban apiñados, en silencio, en torno al pabellón azul-celeste y blanco.
El general sabía que la falta de luz iba
a emparejar un poco la situación desventajosa. La única oportunidad, si había
alguna, era salir de ahí esa misma noche. Pero no lo haría de manera miserable
ni desorganizada. No era un “sálvese quien pueda”, sino un “salvemos a los
trescientos”.
“Tan luego como acabó de
anochecer –escribió Lugones-, el general arregló personalmente nuestra
retirada, mandó desmontar toda la poca caballería que se había reunido con don
Diego Balcarce y colocó en el centro a todos los heridos que se acomodaron de a
dos y de a tres en cada caballo, sin exceptuar ni el del general. Y luego
encargando a un jefe, don Gregorio Perdriel, el cuidado de la columna en
marcha, lo colocó a la cabeza entregándole la bandera para que le condujese”.
¿Dónde marchó Belgrano? Eso también lo respondió Lugones: “Cargando al hombro
el fusil y cartuchera de un herido, se colocó a la retaguardia de todos y dio
la orden de desfilar”.
Lograron evadir la vigilancia enemiga.
Esa noche salieron de la boca del lobo en silencio, sacando a todos los
heridos. Por delante de la columna, la bandera. Cuidando las espaldas de los
trescientos, con el fusil al hombre, su comandante, el
general Manuel Belgrano.
Derrota de Ayohuma
El
5 de octubre se hallaba a tres leguas de los ingenios de Ayohuma; y allí, multiplicando su actividad, tomó todas las medidas
necesarias para reorganizar su ejército y afrontar de nuevo la suerte de las
armas. A principios de noviembre, Belgrano,
situado en Ayohuma, contaba de nuevo con 3000 hombres y 8 piezas de artillería,
en regular estado de organización. Había tenido que remontar sus efectivos con
reclutas del país. Esta circunstancia influyó de una manera decisiva en su resolución
de combatir, pues se hallaba persuadido de que una retirada, en su situación,
lo exponía a todos los riesgos de una deserción considerable y, en consecuencia,
a la desbandada total de sus tropas.
El
ejército realista, en cambio, se movía desde Ancacato, con una fuerza total de
3500 hombres entonados por la victoria y 18 piezas de buena artillería. Poco
antes de la acción, Belgrano reunió
a los jefes de su ejército en junta de guerra; y en ella tomó sobre sí la
responsabilidad de la resolución. Guareció su ejército detrás de un barranco,
frente a la pampa de Ayohuma, en
donde pensaba que debía desarrollarse la acción, con la esperanza de envolver
mediante su fuerte caballería el flanco izquierdo del ejército enemigo. Pero
éste frustró los planes de Belgrano,
corriéndose sobre la izquierda, con la mira de envolver a su vez el flanco
derecho del ejército patriota. Pronto se abrió el fuego sobre las filas patriotas.
Los soldados de Belgrano, a pesar de
su inferioridad moral y numérica, resistieron durante tres horas, "como
si hubieran criado raíces en el lugar que ocupaban" (parte de Pezuela). Tanto heroísmo no
pudo, sin embargo, evitar la derrota. El enemigo, dueño de una eminencia desde
la cual dominaba la derecha del ejército patriota, forzó el ataque y obligó a
éste a retirarse. Belgrano debió
dejar en poder del enemigo cerca de 1000 hombres entre muertos, heridos y
prisioneros.
CAMPAÑA ALTO PERÚ
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