Por 1770, la de los Belgrano era una de las más
opulentas residencias de Buenos Aires. A una cuadra estaba la Aduana, en Belgrano y
Balcarce, donde su padre era contador, y por la esquina de su casa, la calle
Defensa era una arteria muy transitada, ya que por ella iban y venían las
carretas con mercaderías del puerto. A escasa distancia, estaba el Convento de
Santo Domingo, del que su hermano mayor Domingo Belgrano.
Las primeras letras las aprendió de su madre y de los curas del
convento. Ya de chico, sus padres percibieron que poseía una inteligencia
especial. Mientras que su padre pretendía que Manuel siguiera sus pasos de
próspero comerciante, su madre soñaba para él un doctorado en derecho civil y
canónico. En la puja, no faltaron los curas dominicos que insistían en que el
jovencito siguiese los pasos del sacerdocio.
Solía jugar con el grupo de amigos de su primo segundo, Juan
José Castelli, seis años mayor, que vivía en Rivadavia y Suipacha. Ambas
madres eran primas hermanas. El padre de Castelli también era un inmigrante,
médico veneciano.
Manuel entró en el Colegio de San Carlos (hoy Colegio Nacional de
Buenos Aires), fundado por el virrey Vértiz. Por ese colegio pasaron la gran
mayoría de los nombres que llenarían las páginas de nuestra historia.
Si bien este colegio preparaba al
alumno para ingresar a la Universidad de Córdoba, sus
padres solicitaron el permiso para que tanto Manuel como Francisco -uno de sus
hermanos- pudiesen viajar a España“ para
que se instruyesen en el comercio, se matriculen en él y se regresen con
mercaderías a estos reinos”. En el colegio, había completado con éxito sus
estudios de gramática de latín, filosofía “y un poco de teología”, según el
propio Belgrano.
Fue una mañana de comienzos de
1786 cuando el joven Manuel y su hermano Francisco, acompañados de sus padres y
algunos de sus hermanos pequeños, se dirigieron a pie al puerto. Adelante,
media docena de esclavos llevaban sus equipajes. Detrás del Fuerte, subieron
los bultos a un lanchón. Partían a España, aprovechando el viaje del cuñado, José
María Calderón de la Barca -casado
con su hermana María Josefa- que vivía en Madrid.
En 1789 se graduó de bachiller en leyes y en 1793
obtuvo la licencia para ejercer como abogado. En 1794 ya estaba de regreso en
Buenos Aires para hacerse cargo de su primera ocupación: a los 24 años fue
secretario del Consulado, un organismo con jurisdicción mercantil, orientada al
fomento de la agricultura, la industria y el comercio. Hizo nombrar a su primo
Castelli como suplente en la secretaría, a fin de cubrir posibles licencias por
enfermedad. Y otra vida comenzó para él.
UN HOMENAJE EN FAMILIA
CONTINUARÁ...
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